Se necesita haber “pensado”, haber reflexionado mucho respecto a sí mismo, tener una cultura madura y valiente, no haberse dejado arrastrar por las opiniones discriminatorias que se difunden irresponsablemente, para comprender quién se es.
Si uno tiene alguna línea de parentesco con la gente que estaba en este continente desde antes que llegaran españoles, inmigrantes europeos y gringos en general, entonces uno tiene ascendencia aborigen.
Ser aborigen no es nada desvalorizador, por el contrario, es ser propio de la tierra que se pisa.
Los extranjeros vinieron a usurpar, a robar, y para justificarse ante sus propios principios religiosos, supuestamente piadosos, caritativos y justos, dijeron que eliminando a los pueblos propios de éste y otros continentes estaban haciendo un servicio a su Dios, ya que ‘los indios’ no creían en el ser único y verdadero sino en dioses falsos, tales como la Madre Tierra y el Agua Cristalina que nos alimenta, los Bosques que nos protegen, las Grandes Montañas, el Sol de cuya energía tomamos los seres vivos, la Luna que regula los ciclos y todos los fenómenos de los que depende la existencia y la sustentan.
Durante algunos años la prepotencia de ellos asustó a los habitantes originarios. Ahora, con vasta experiencia, los pueblos propios de éste y de los otros continentes comienzan a fortalecer espacios de reflexión y gobierno propios, la defensa de su territorio, lengua y sistemas culturales tradicionales, su visión integral de la vida y la legitimidad de su lucha. Están estableciendo así, paso a paso, una autonomía de hecho, a contrapelo de la muerte a la que parece querer destinarlos la clase política, las transnacionales y los funcionarios coloniales occidentales.
Pintura de Segundo Huertas Torres:
Asistir a una reunión indígena es constatar la fineza de los pensamientos, y el grado de información que las autoridades comunales y tradicionales de los pueblos acumularon en los últimos años, con el firme propósito de darse razón propia.
En estas reuniones los pueblos avasallados recuperan su perspectiva histórica y un horizonte de reconocimiento mutuo que hace una década era impensable. No es que antes fueran ignorantes, pero en el oscurantismo al que fueron sometidos, dentro de la relación desigual que aún pesa, no sabían que su sentir lo compartían millones; se pensaban solos.
Las políticas coloniales se fueron haciendo más y más segregacionistas, condenando a los antes proletarios a la marginación y el ostracismo. Como ellos son gente muy diferente al juicio que los extranjeros hacen pesar sobre ellos hoy, a nivel local y regional, se teje una evaluación de situación concreta, cruda, sin idealizaciones, y se plantea la posibilidad de acciones conjuntas para terminar con ese pesado calvario mediante la autonomía alimenticia y de procedimientos.
La antigua memoria de los sabios, mujeres y hombres mayores, respecto a las prolijas organizaciones del pasado, comienza a atraer el interés y la admiración de los jóvenes, y empieza a influir en sus ímpetus y en su lucidez.
Y ante esta nueva apertura hacia los valores ancestrales, “son”, juntos: la gente de antes, y la gente de mañana.
Los pueblos indios saben que ese puente es el que podrá encender las velas de vida -el encuentro entre los verdaderos cuidadores del mundo- que tanto nombran los sabios wixaritari.
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